jueves, 7 de enero de 2010

Gravedad

Camino en equilibrio por la cuarta cuerda de mi cello, pulsándola con las puntas de los dedos de los pies. Me balanceo a un lado y al otro, arrancándole un do subterráneo de una clave de fa.

Cada vez soy más osada. Ahora mis pasos ya no son cortos y seguros, la melodía se ha vuelto rápida y alocada. En un desliz resbalo de la cuerda y caigo hacia la nada que ya no es nada, porque ahí están tus brazos, entre los que me precipito sin remedio.

Me recoges suavemente, acunándome tu voz, mi nana tus palabras. Y casi me voy. Casi me abandono a esta fuerza invisible que olvidó mencionar el Sir de la manzana.

Pero es que no quiero.

No debo.

No puedo, porque si cierro los ojos y me dejo atrapar, ¿qué pasaría mañana?

No sé cómo lo logro, pero al fin salen mis palabras: por favor, devuélveme a mi cuerda, sin ella no soy nada. Tú me elevas, mis lágrimas mojan tus palmas. Cumples mis deseos. Mi canción cambia. Se ha vuelto triste y desafinada, mi cuerda vibra descontrolada.

Me giro asustada hacia la primera posición, y descubro que te has encaramado a mi cuerda, y que eras tú quien la pulsaba. ¿Será que esta fuerza que nos ata es más grave de lo que pensaba?